PLACERES CASTELLANOS
Unha galega na resistencia francesa contra os nazis
No se entendería la historia de Placeres Castellanos sin la de Víctor Fraiz. Ni la de Víctor sin la de Placeres. Con él se casó muy joven, siendo él su maestro. Fue perseguido y asesinado por el bando franquista en los meses posteriores a la sublevación de 1936, al igual que sus hijos Víctor Jesús, Vicente y Moncho. Aquel golpe cambió por completo la vida de la que fue la primera mujer de la Agrupación Socialista de Vigo. Su existencia se convirtió, más que nunca, en una lucha por su dignidad y la de su familia. Se entregó al cuidado de niñas y niños y personas heridas hasta que tuvo que escaparse al sur de Francia, donde permaneció en campos de internamiento y entró en contacto con la resistencia francesa, con la que colaboró como guerrillera de enlace. Finalizada la guerra, su activismo feminista la llevó a representar a Marsella, donde trabajaba como periodista, en el Congreso Internacional de Mujeres que tuvo lugar en París en noviembre de 1945. Allí coincidió con Dolores Ibárruri, la Pasionaria. En 1948 se reunió en París con su hijo pequeño, con el que partió a Argentina en 1949. Cuando volvió a Galicia en 1955 se reencontró con su familia, alquiló una casa y se dedicó a intentar recuperar los años perdidos hasta su fallecimiento en 1971.
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FALADOIRO AQUÍ FALTAN PÁXINAS
Placeres Castellanos “Unha galega na resistencia francesa contra os nazis”
Silvia Caldas
Mi nombre es Silvia Adela Caldas Fraiz. Nací en Pontevedra el 17 de octubre de 1956, aunque mi padre me registró el día 19, y mi madrina fue mi abuela Placeres. Cuando me quisieron bautizar, el párroco de Santa María la Mayor de Pontevedra se empeñó en que Silvia (nombre de la mejor amiga de mi abuela en Marsella) no era un nombre cristiano. Por más que ella le intentó demostrar que santa Silvia era la madre de Gregorio Magno tuvo que ceder y ponerme un nombre compuesto reconocible para el párroco, que fue Silvia Adela: Silvia por su amiga y Adela por su hija fallecida.
Mi infancia estuvo muy marcada por Placeres. De pequeña, cuando tenía seis años, vivimos las dos en un piso en Pontevedra, era la primera planta de una casa comunicada por una escalera interior con la planta baja, donde vivían las dueñas del inmueble. La abuela Placeres decidió enviarme a clases de ballet al tiempo que me enseñaba operaciones básicas de matemáticas y algo de francés. Cuando salía de casa ella me decía “vete derechita” a la academia... Y yo, que tenía que doblar alguna esquina para llegar, pensaba “como se entere la abuela de que no voy derechita....”.
Cuando yo tenía nueve años nos trasladamos a un piso en la calle Nova de Abaixo, también en Pontevedra. Ahí ya estaba yo preparando el ingreso en el instituto y recuerdo que la metí en algún lío por comentar en el colegio cosas que hablábamos en casa sobre Franco, Mussolini o Hitler. Placeres me transmitió su gran historia y la de su familia. Era una mujer empoderada, imponente y, además, muy alta para la época. Yo solo quería ser como ella. Cuando falleció, en el Hospital Militar de Vigo, quiso que yo me quedase con sus escasas pertenencias: una maleta con fotografías, escritos y alguna prenda que yo le dejaré a mi hija algún día.