EXPOSICIÓN

Mary Quintero

A fotógrafa cun estudio propio e cunha ollada única

Del 31 de mayo al 26 de julio

Sede de la Diputación en Vigo

Inauguración: 31 de mayo


Esta es mi muestra más personal, comisariada por mí y con mi propia voz narrando las historias que acompañan un recorrido expositivo de 77 años de fotografía. Acepté la propuesta de participar en la colección Aquí Faltan Páxinas a petición de la Diputación de Pontevedra, que me invitó a ser la primera mujer viva en formar parte del proyecto. No voy a reproducir aquí mi vida, ya de sobra contada en tantos lugares. Soy una niña de Melide, una niña de la España dos años treinta, con todo lo que ello implica. Tuve la suerte de nacer en una galería de cristal y de tener un padre que creía en la inteligencia de la mujer. Todo lo que vino después nunca pasaría sin este punto de partida.

Mary Quintero

Una fotógrafa con estudio propio

Desde mi primera exposición en Lugo, cuando tenía 15 años, mi padre insistió en que firmase con mi nombre, Mary Quintero, en vez de Quintero, que era la marca de todos los trabajos que salían de su estudio. Después quiso que yo tuviese mi propio estudio en nuestra casa, que era grande, separado del suyo.

La primera que me ayudó fue la pintora Lola Ponte, que fue quien me organizó la segunda exposición. En esa muestra estaba un retrato de la mujer del cónsul de Argentina que llamó mucho la atención e hizo que empezasen a solicitarme las grandes familias de Vigo. Venía a hacer sesiones a las mejores casas de la ciudad con muchísima frecuencia, siempre acompañada de mi padre, por supuesto, que me ayudaba en todo. De hecho, fue él quien me animó a volar sola y a montar mi estudio aquí; yo tenía 22 años y a mí Vigo, en aquel momento, me parecía Hollywood.

Poder montar mi propio estudio fue mi suerte. A lo mejor, con lo que sabía, si quisiese ir a trabajar con alguien, probablemente no me aceptasen, pero no me podían prohibir que pusiese un estudio. Esto suponía entrar en un mundo liderado por hombres en una ciudad donde estaban asentados fotógrafos del prestigio de Pacheco, Balín o Ángel LLanos.

Cuando empecé a necesitar personal no encontré nadie que supiese fotografía, así que a toda la gente que trabajó conmigo –y llegamos a ser once personas– les enseñé yo. Mi equipo de confianza estaba formado por cuatro personas, todas mujeres, que se encargaban del laboratorio, retoque, reportaje, montaje... Estábamos muy compenetradas y continuamos trabajando juntas hasta la jubilación.

Una mujer en un mundo de hombres

En mi época a las niñas nos educaban para ser princesas. Las normas sociales eran muy estrictas, cuando conocías a un chico no podías ni darle a mano, no digamos un beso. Por eso, nos casábamos enseguida, para poder hacer nuestra vida. Yo me casé con 20 años. José era un empresario agrícola y se ocupaba de la gestión de una granja ganadera en Cumbraos, en Monterroso, pero lo dejó todo para apoyarme. Fue el compañero indispensable en todos los congresos, mi mejor consejero y también el mayor crítico.

Cuando llegó el momento de arrendar el estudio en Vigo, mi padre tuvo que firmar el contrato porque a mí no me lo alquilaban. Eran otros tiempos para las mujeres, no podíamos hacer nada, teníamos que estar siempre tuteladas por un hombre; para viajar, para sacar el carné de conducir, para abrir una cuenta en el banco... siempre tenía que venir tu padre, tu marido, un hermano... La figura masculina era la que tenía la autoridad.

Cuando yo comencé no había muchas mujeres, pero sí conocí algunas, como mi madre, que trabajaban con hombres y para ellos; ellas no podían firmar sus fotos. Yo, al tener ya un estudio independiente, empecé a participar en las asociaciones de fotógrafos, que comenzaron a funcionar cuando vine para Vigo, y fue así como empecé a ir a los congresos, que fueron un gran avance para la profesión.

Una madre que trabajaba en casa

Cuando llegué a Vigo, en 1953, ya tenía a mi primer hijo. Tuve que buscar un lugar donde pudiese atender el estudio y a la familia al mismo tiempo. Aquella situación tenía ventajas e inconvenientes. Por un lado, me permitía estar cerca de mis hijos, compartir momentos con ellos en el estudio y verlos crecer a mi lado, independientemente del trabajo que tuviese que hacer; los fines de semana y festivos, aunque no pudiese salir con ellos por motivos de trabajo en el estudio, cuando volvían siempre me encontraban en casa.

Pero unir trabajo y crianza también tenía sus problemas, porque trabajábamos con productos químicos. Una vez olvidé recoger una cubeta con negativos en el cuarto de baño, y mi hijo Carlos, que era muy pequeño, entró y metió los dedos para jugar con la gelatina que flotaba en el agua. Así que, cuando quedó vacío el primer piso, aproveché la oportunidad para quedarme con él y comunicar los dos pisos con una escalera interior que ya me dio más amplitud para el estudio y la vida familiar.